IMAGEN Y PARÁBOLA
Esteban
Puig T.
URSO
El
Coliseo Romano estaba hasta el tope de espectadores. Sus túnicas blancas y
envueltos en abigarrados rebozos de colores, destellaban a la luz del sol. No faltaban soldados, comerciantes, cónsules
y el mismo Emperador, con su esposa y vestales sentado en el trono, inhiesto y
grave, miraba con cierto despecho la plebe que se divertía ante el espectáculo
de unos hombres y mujeres cristianos, abrazados en medio de la arena, atacados
por osos, leones y toros embravecidos que descuartizaban y desgarraban sus
cuerpos. La gente se divertía con refinada crueldad y placer brutal embriagados
de ver la sangre que teñía la arena blanca. “Pan y circo” gritaban miles de
bocas: “comida y diversión” esperando que el Emperador bajara el dedo pulgar en
señal de sentencia de muerte.
Súbitamente
el gentío enmudeció al ver salir a la palestra a Urso, el valiente esclavo
cristiano, enfrentado en el anfiteatro de Roma a un toro enfurecido y
corpulento que llevaba atada sobre la
testuz a la joven cristiana Ligia. Urso,
corpulento, broncíneo, como tallado en ébano,
se fue derecho al toro y éste a él, se abalanzó sobre sus astas y empezó un forcejeo a muerte. El hombre y la bestia
permanecieron así un largo rato en tremenda tensión. Urso tenía los pies
hundidos en la arena hasta los tobillos y los músculos de sus brazos destacaban
de tal modo que parecían que iban a estallar.
El toro también tenía las patas hundidas en la arena, y su cuerpo, encorvado,
parecía una enorme bola negra. El hombre y la bestia seguían así, inmóviles,
como clavados en el suelo arenoso. Formaban una estampa impactante. Reinaba en
el circo un denso y cortante silencio. La testuz del toro iba doblándose hacia
un lado, lentamente, intentando
inútilmente librarse de la férrea tenaza de las manos de Urso. De pronto se
escuchó un gemido doloroso e impotente, un crujido agónico de vértebras que se
rompían y el toro cayó en el suelo con el cuello retorcido. La multitud prorrumpió en vítores al valiente
Urso. Miles de manos se alzaron pidiendo clemencia al Emperador.
Los tiempos actuales son
difíciles. No es fácil hoy ser Cristiano son muchos los que no les interesa ni Dios,
ni Jesucristo, ni la Iglesia. Hay dos enemigos mortales que, como toros bravos,
intentan aniquilar la Fe. Estos son para un cristiano: La indiferencia y la
Infidelidad, “O ser o no ser”. La lucha es a muerte. Los cristianos que confían
en la fuerza de Dios –“el Señor es mi fuerza y mi salvación”-, siempre
saldrán victoriosos.