lunes, 27 de mayo de 2013


IMAGEN Y PARÁBOLA
Esteban Puig T.
URSO

El Coliseo Romano estaba hasta el tope de espectadores. Sus túnicas blancas y envueltos en abigarrados rebozos de colores, destellaban a la luz del sol.  No faltaban soldados, comerciantes, cónsules y el mismo Emperador, con su esposa y vestales sentado en el trono, inhiesto y grave, miraba con cierto despecho la plebe que se divertía ante el espectáculo de unos hombres y mujeres cristianos, abrazados en medio de la arena, atacados por osos, leones y toros embravecidos que descuartizaban y desgarraban sus cuerpos. La gente se divertía con refinada crueldad y placer brutal embriagados de ver la sangre que teñía la arena blanca. “Pan y circo” gritaban miles de bocas: “comida y diversión” esperando que el Emperador bajara el dedo pulgar en señal de sentencia de muerte.
Súbitamente el gentío enmudeció al ver salir a la palestra a Urso, el valiente esclavo cristiano, enfrentado en el anfiteatro de Roma a un toro enfurecido y corpulento que llevaba atada sobre  la testuz a la joven cristiana Ligia.  Urso, corpulento, broncíneo, como tallado en ébano,  se fue derecho al toro y éste a él, se abalanzó sobre sus astas y empezó  un forcejeo a muerte. El hombre y la bestia permanecieron así un largo rato en tremenda tensión. Urso tenía los pies hundidos en la arena hasta los tobillos y los músculos de sus brazos destacaban de tal modo que parecían que iban a estallar.  El toro también tenía las patas hundidas en la arena, y su cuerpo, encorvado, parecía una enorme bola negra. El hombre y la bestia seguían así, inmóviles, como clavados en el suelo arenoso. Formaban una estampa impactante. Reinaba en el circo un denso y cortante silencio. La testuz del toro iba doblándose hacia un lado, lentamente,  intentando inútilmente librarse de la férrea tenaza de las manos de Urso. De pronto se escuchó un gemido doloroso e impotente, un crujido agónico de vértebras que se rompían y el toro cayó en el suelo con el cuello retorcido.  La multitud prorrumpió en vítores al valiente Urso. Miles de manos se alzaron pidiendo clemencia al Emperador.

Los tiempos actuales son difíciles. No es fácil hoy ser Cristiano son muchos los que no les interesa ni Dios, ni Jesucristo, ni la Iglesia. Hay dos enemigos mortales que, como toros bravos, intentan aniquilar la Fe. Estos son para un cristiano: La indiferencia y la Infidelidad, “O ser o no ser”. La lucha es a muerte. Los cristianos que confían en la fuerza de Dios –“el Señor es mi fuerza y mi salvación”-, siempre saldrán  victoriosos.